Un día cualquiera en una clase cualquiera de un colegio cualquiera de 2º de primaria, una profesora cualquiera preguntó a cada niño en qué se diferenciaba del resto de su clase.
Uno se fijó en su pelo, otro en sus gafas, otro en sus zapatillas, otra en su cuaderno, otra en la altura del resto de la clase, otro en su destreza para subir las escaleras de dos en dos, otra en el día en que recitó una poesía, otro en su silla de ruedas, otro en la rapidez con la que encestó su primer canasta en el patio, otra en la cantidad de amigos que tenía, otra en el cariño que tenía a los animales, otro en que tenía solo una mamá y no un papá, otro en su idioma, el urdu, otra en que no tenía hermanitos, otro en que su padre era bombero, otro en que era el último en acabar las tareas, otro, otra…
Todos tenían alguna característica que los diferenciaba del resto de la clase.
Después, se le ocurrió proponer al grupo una tarea común, en la que todos colaborasen para llegar a conseguirla.
Finalmente, la profesora, muy contenta, les dijo que estaba muy orgullosa con el grupo, ya que cada uno era diferente del resto, y que esas diferencias no eran un problema, sino una forma de enriquecer lo que hacían juntos, ya que cada uno era diferente, pero aportaba lo mejor de sí mismo para conseguir el objetivo común.
Los niños pensaron que también las profesoras que hasta entonces habían tenido eran distintas, y los miembros de su familia, y sus vecinos, y las personas con las que se cruzaban por la calle, y los viajeros del autobús…
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